domingo, 20 de junio de 2010

En los albores de un nuevo lunes feriado, revisando mails llegados recientemente, encontré imágenes para complementar posteos anteriores...











Me llegaron en distintos archivos adjuntos una foto de un show de UnoxUno dado en Caseros dentro de la Universidad Nacional de Tres de Febrero durante el Festival Enlaces (agosto del pasado año 2009), dos fotos tomadas recientemente por Juan Espinola en el concierto debút y único hasta el día de la fecha de Alonso y los acústicos en el Teatro Marechal de San Miguel y otra linda imagen capturada por Guillermo Ueno donde estoy junto al músico Federico Hoffmann, la vivaz niña Rosa Ueno y el "Brazotuppercuchára Alimentador" de su mamá, la artista Lola Goldstein. Foto esta última, que además de encabezar este nuevo post mío, sirvió también para difundir en su momento, la muestra de dibujos y fotos que se inauguró en Formosa el sábado 29 de mayo, en donde tuve el gusto de volver a leer.
Recuerdo que aquel sábado nublado y con garúa persistente, antes de salir para Formosa, estuve revisando mi diezmada -por voluntad propia- biblioteca y comprobé que todos mis libros de Giuseppe Ungaretti -comprados pacientemente en librerías de usados a lo largo de los años- seguían intactos en la estantería frondosa de poesía italiana y entonces decidí llevarlos a todos de paseo conmigo hasta Colegiales desde Muñiz, ida y vuelta arriba del 176. Quizás evocando un lejano domingo de trasmisión radial por la zona de Congreso, cuando en El Monte Análogo Radio dediqué un largo bloque a comentar y leer fragmentos del epistolario del libro -que siempre me intrigó mucho- Ungaretti Soldado de Nicolás Cócaro, quién recoge la correspondencia que mantuvo Ungaretti con su amigo Gherardo Marone, además de un estudio preliminar, traducción de poemas, bibliografía y un par de fotos. Googleando recién "Ungaretti en Buenos Aires" encontré un artículo periodístico que en enero de este año volvía a hablar de Ungaretti, a raíz de una nueva edición de sus poemas. Intentaba yo buscar en el google nuestro de cada día para pegar en este posteo -que no sé muy bien hacia dónde está yendo-, las dos fotos que contiene el libro Ungaretti Soldado. En una de ellas, Ungaretti está sentado sobre un árbol, en los Bosques de Palermo, con las piernas cruzadas, mirando hacia un costado y señalando con su brazo derecho hacia el horizonte que tenía frente suyo. La otra foto muestra a Ungaretti y a Nicolás Cócaro, autor del libro, arriba de una carroza, durante el mismo paseo por Palermo, en algún momento de los primeros años de la década del 70.
Hasta los 5 años de edad, viví con mis padres, en un edificio frente al Jardín Botánico. Nuestros vecinos del piso 13 eran el Dr. César Tognoni y su ama de llaves, la encantadora Señora Amelia de jocosa y gruesa voz. El Dr. Tognoni manejaba la escuela Ambrosio A. Tognoni a la que asistí hasta mediados de preescolar. Casi todas las tardes, la Señora Amelia me llevaba a saludar al Doctor a su oficina luminosa, dónde siempre lo encontraba sentado, escribiendo con bolígrafos de tinta china y secantes a su alrededor, con los que me gustaba jugar en cada visita. Yo les hablaba a ambos hasta por los codos, de historietas de superhéroes, o les mostraba los discos que me había llevado de la disquería vecina al edificio, a cada vuelta de su escuela (mi padre había implementado la disparatada y desesperada idea que a partir de los 3 años yo tuviera cuenta corriente en la disquería de abajo -donde ahora hay una importante inmobiliaria- cuando se enteró de mi hipoacúsia irreversible y progresiva). Una vez le pregunté al Dr. Tognoni porqué nunca usaba delantal y me explicó que era doctor en otra rama que no era la medicina. Pacientemente me hizo entender que yo estaba habituado al ambiente médico por mi padre y la cofradía de entusiastas médicos a la que pertenecía, pero había distintos tipos de doctores. Me hizo sentar con ayuda de Amelia en uno de los sillones de su oficina principal y mientras me convidaban -como casi todas las tardes- chocolates y gaseosas en botellitas de vidrio -de una pequeña heladera que me encantaba abrir y cerrar constantemente-, el Doctor comenzó a explicarme algunas cuestiones que recién empecé a desentrañar a medida que me fui volviendo mayor. Cuestiones como que "...las palabras también pueden curar o ayudar a sobrellevar una existencia...", por citar lo que más me quedó presente de aquel día. El Doctor Tognoni me mostró una pila de libros que estaban a un costado de su escritorio y unos cuántos porta retratos que siempre tenía frente suyo, debajo de la pantalla de un suntuoso & exótico portalámparas (Portalámparas que volvía a recordar al ver por primera vez, la portada de Island Life, compilado de Grace Jones, una década más tarde). En algunos había una muchedumbre de gente cuyas calvas cabezas no logré retener pero había un retrato, de un hombre de pérfil señalando con su brazo derecho un horizonte frente a sus ojos, sentado sobre un árbol añejo. El retrato estaba autografiado...El sábado pasado me tocó musicalizar un cumpleaños de una señora guapísima que cumplía sus primeros 92 años de vida, durante el soleado mediodía. Alrededor de mi cabina de disc-jockey mientras sonaban Las cuatro estaciones de Vivaldi , un numeroso batallón de niños pequeños saltaban y saltaban sobre un pelotero. Como un croar de ranas o de imperceptibles bichitos de luz, los ecos de la música ambiente que despedía el colorido pelotero me hizo pensar en mis misteriosos días infantiles y creí entender porqué me había impactado tanto-muchos años después- la foto del libro Ungaretti Soldado dónde el roble de Giuseppe señalaba con su dedo índice hacia el más allá: era la foto que me había mostrado -en un porta retrato autografiado, la misma exactamente la misma-, el querido Dr. Tognoni.


¡Feliz lunes feriado y buen tramo final de junio!
Nicolás


Posdata a modo de Coda: Tipearé a continuación el poema Junio de Ungaretti (versión de Rodolfo Alonso, de la edición de Fabril del año ´62), uno de mis tantos poemas favoritos y del que me quedé con ganas de leer, en la vereda de Formosa, aquél nublado sábado 29 de mayo, con persistente garúa, dónde todo se mojó...


Junio


Cuando
muera en mí
esta noche
y como otro distinto
pueda mirarla
y me adormezca
el rumor
de las olas
que terminan
de revolcarse
en el cerco de aromos
de mi casa


Cuando me despierte
en tu cuerpo
que se modula
como la voz del ruiseñor


Se extenúa
como el color
reluciente
del trigo maduro


En la transparencia
del agua
el oro velado
de tu piel
se escarchará de sombra


Liberada
de las placas
resonantes
del aire serás
como una
pantera


En los filos
movedizos
de la sombra
te deshojarás


Rugiendo
muda en
ese polvo
me sofocarás


Después
entornarás los párpados


Veremos nuestro amor reclinarse
como anoche


Después veré
sereno
en el horizonte de betún
de tus iris morir
mis pupilas


Ahora
el aire está quieto
como
a esta hora
en mi país del África
los jazmines


He perdido el sueño


Oscilo
al borde de una calle
como una luciérnaga


¿Morirá en mí
esta noche?

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